La primavera sigue trayendo regalos. Días de sol, el que sí calienta y sí ilumina, que no se cansa hasta ya muy tarde, que hace al cielo más azul y a la gente más sonriente. Yo me hago en el rincón de la casa donde esté entrando, y dejo que me limpie y me sane mientras trabajo.
Vuelvo a hablar de la Primavera: llegó abril y se fue, y con él, la Pascua. Vivir la Pascua en el trópico era, simplemente, celebrar el día de la resurrección. Recuerdo notar desde las montañas de Los Andes que la vigilia pascual traía la luna llena, redonda y brillante. Me maravillaba ante esta manifestación de la naturaleza frente al gozo que celebrábamos. Descubrí, con el tiempo, que esto no era coincidencia. La resurrección cae en luna llena desde el Concilio de Nicea (325 D.C.), donde se decidió que la Pascua se celebraría el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera. Para los que no tenemos primavera, la luna llena era el signo visible de este momento.
Ahora llevo ya dos años entendiendo por qué el concilio decidió esta época para celebrar que la muerte no triunfa. El fin del invierno es, en todas las culturas y religiones, un momento de alegría, festividad y renovación. Sobrevivimos los meses de oscuridad y escasez, la luz vuelve, los animales despiertan, los árboles vuelven a florecer. En esta realidad física se esconden misterios más profundos, la certeza de que, lo que acabar, continúa. La manifestación en la naturaleza de que, también el el mundo espiritual, la muerte no tiene la última palabra. Es la paradoja de que se puede hacer de nuevo.
Pero, ¡qué difícil es creérmelo! No me refiero a la vida después de la muerte física sino a mi capacidad, y la de los demás, de transformarnos, de cambiar nuestras ropas viejas - malos hábitos, caprichos, maneras particulares de hablar y hacer, relaciones pesadas, rasgos de la personalidad. Es tan pantanoso el ser humano, tan atrapado en sus caminos y formas, tan llevado de su parecer. ¿Por qué no ser más como esta naturaleza que aceptó sin resistencia la muerte temporal, soltando cada hoja, dándola como alimento a la tierra, exhalando larga y pacientemente? ¿Por qué no dejar que el nuevo sol de abril, sea el que sea en mi vida o en la tuya, entre por cada poro del alma y permita que volvamos a ser?
Siempre me ha costado entender cómo se resucita en vida, cómo muero para ser otra siendo yo misma. Este año, la Primavera me lo mostró. Nacer de nuevo no es dejar de ser yo, pero sí es renunciar con libertad plena a quien creo que soy. Permitirme una purificación identitaria que va al fondo, y duele porque debe dejar morir mucho de mí a su paso. Al otro lado del invierno, descubro la esencia, aquello que no puede morir, y me asombro ante el regalo, la posibilidad de que no estoy atada a mis errores o defectos, ni siquiera a mis virtudes y talentos, sino que soy verdadera y profundamente libre para florecer de nuevas maneras y dar frutos que no imaginaba.
Nuestros inviernos a veces duran años. Y las primaveras pueden pasar desapercibidas. Esta pascua volví a ver a mis papás y a mis hermanas. Sentados todos a la mesa a desayunar, les pregunté cómo creen ellos que he cambiado en los últimos años, particularmente desde que conocí a Juanes. ¿Por qué ese momento? Intuía que no hay mayor agente para morir y nacer de nuevo que el amor. Estaba en lo cierto.
Lo que me dijeron que sorprendió y conmovió. Me recordaron mis ropas viejas, unas que pensaba seguía cargando - que eran parte esencial, pegajosa, a quien era - y otras que ya había olvidado. Y me mostraron las nuevas: las de una mujer más compasiva, paciente, relajada, divertida y feliz.
¿Cómo pude sembrar y cosechar tanto fruto en tan poco tiempo? Repito, y me perdonan lo cursi: no hay mejor abono que el amor.
Recomendaciones
Dos poemas. Uno tomado de la Liturgia de Las Horas de uno de los días de Pascua (las oraciones que desde le Edad Media cantan las comunidades religiosas para marcar el paso del tiempo con alabanzas a Dios). Otro, un regalo de Lui, que resonó con mi proceso de nacer de nuevo que describí.
Himno de Laudes
28 de abril
La bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierta,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerta.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo. Amén.
Kindness
Naomi Shihab Nye, 1952
Before you know what kindness really is
you must lose things,
feel the future dissolve in a moment
like salt in a weakened broth.
What you held in your hand,
what you counted and carefully saved,
all this must go so you know
how desolate the landscape can be
between the regions of kindness.
How you ride and ride
thinking the bus will never stop,
the passengers eating maize and chicken
will stare out the window forever.
Before you learn the tender gravity of kindness
you must travel where the Indian in a white poncho
lies dead by the side of the road.
You must see how this could be you,
how he too was someone
who journeyed through the night with plans
and the simple breath that kept him alive.
Before you know kindness as the deepest thing inside,
you must know sorrow as the other deepest thing.
You must wake up with sorrow.
You must speak to it till your voice
catches the thread of all sorrows
and you see the size of the cloth.
Then it is only kindness that makes sense anymore,
only kindness that ties your shoes
and sends you out into the day to gaze at bread,
only kindness that raises its head
from the crowd of the world to say
It is I you have been looking for,
and then goes with you everywhere
like a shadow or a friend.